domingo, febrero 04, 2007

Transcripción de parte del primer capítulo de la biografía de Juanito Valderrama por Antonio Burgos



Transcripción de parte del primer capítulo de la biografía de Juanito Valderrama por Antonio Burgos.

... Y en mi miedo y en mi extrañeza me acordé de la noche en que terminé de escribir El emigrante.El estribillo se me había ocurrido en una gira por el norte, un día que estábamos actuando en un teatro de Ponferrada y el Niño Ricardo me hizo a la guitarra una falseta preciosa, acompañando unos versos que yo recitaba. Una falseta con una melodía que me dio casi escrito el estribillo de la canción, de sentimiento que tenía:
Pero la letra de la canción entera la terminé de escribir mucho después, y de un tirón , como si me la fuera dictando mi propio corazón, en la misma turné, después de aquella noche moruna tan española en que vi las lágrimas de los exiliados españoles en Tánger.
Tánger entonces era como París en chiquetito, era internacional. Aquello ni era de España como Tetuán, ni era de Francia como Casablanca. Lo llevaban las grandes potencias que habían ganado la guerra mundial y allí se hablaban todos los idiomas y se practicaban todas las religiones; aparte de la católica y la mahometana estaban los judíos, estaban los indios, estaban los protestantes ingleses y americanos, y cada cual cerraba su comercio el día que en su religión se lo dedicaban a su Dios, unos el viernes, otros el sábado, otros el domingo.
Tánger no tenía nada que ver con las otras partes de Marruecos que yo había conocido desde la primera vez que fui con la Niña de la Puebla antes de la guerra. Tánger era completamente distinto a las ciudades españolas del protectorado, a Tetuán, a Larache, a Alcazarquivir. Los otros sitios eran como Andalucía, estaban atrasados como España, llenos de soldados, de cuarteles, de moros de Regulares. Y Tánger parecía por lo menos de Francia, o de Estados Unidos.En Tánger se respiraba libertad a cuarenta leguas.
Tánger era entonces un emporio, y completamente libre, con comerciantes de todas las naciones, con templos de todas las religiones, sin curas ni militares por las calles, con unas avenidas impresionantes. Ese bulevar Pasteur era como los Campos Elíseos o como la Quinta Avenida, los comercios con todos los adelantos de cosas de electricidad en los escaparates, el plástico, que aquí no se conocía, y que le decían el plexiglás, la Coca-Cola ya, relojes, las plumas Parker, todo lo que te pedían que trajeras porque aquí en España no había, ni piedras de mechero había aquí, aquellas piedras de los mecheros Ronson. Tánger era un paraíso de los contrabandistas. Y tabaco, de todos los países: los puros holandeses, los cuarterones de negro como los de Gibraltar, los cigarrillos egipcios de señorita. Y allí se conocía ya la penicilina y la estreptomicina, que había que traerla también de contrabando, porque en las boticas de España en las boticas de España nada más que había sulfamidas. Y había en Tánger periódicos de todas las partes del mundo, diciendo lo que les daba la gana, y unos cafés con unas terrazas grandiosas donde te encontrabas sentadas en los veladores gentes de todas las razas hablando todos los idiomas. Todo eso, viniendo de una España donde todavía había cartillas de racionamiento hasta del tabaco, la cartilla de fumador, era un contraste tremendo.
Y allí en Tánger, buscando esta libertad y esta prosperidad, se fueron muchos españoles después de la guerra, huyendo de Franco, de la cárcel o del fusilamiento, y allí se buscaron la vida y se establecieron. Y éstos eran los que iban a verme al teatro, como iban a verme también algunos moros.Todo el dinero del mundo estaba en Tánger, circulaba el dólar, el franco, la libra esterlina. Tánger era el emporio. El teatro se llenaba tarde y noche, el teatro Cervantes. Y mientras, los discos míos sonando todo el día en Radio Tánger, con Madre hermosa, y la foto mía puesta en el España de Tánger, que era el diario en español que había allí, donde estaban trabajando muchos periodistas nuestros que se habían tenido que ir de Madrid cuando la guerra y que habían encontrado cobijo con Gregorio Corrochano, el famoso crítico de toros.
Y a mí me llegó muy hondo saber que allí en el teatro Cervantes donde íbamos a actuar se había acabado el papel porque Tánger estaba atestado de españoles que se habían tenido que ir después de la guerra. Yo los vi llorar allí en la puerta del teatro, agarrados a mí, rodeándome cuando entraba para los camerinos por la puerta de artistas:- Juanito, que yo soy de Málaga, a ver si me dedicas un cante...- Que yo te oí cantarle a mi batallón en Andújar...
Y uno de los que se acercó fue precisamente el que me salvó de morir en la batalla de Brunete, como tantos muchachos de mi pueblo movilizados, cuando me dio el carné de la CNT y me metió de soldado en Fortificaciones: Carlos Zimmerman. Este anarquista, que había sido el jefe de la CNT en Jaén, el que tanto me protegió, había podido escapar de España después de la guerra, si no, lo fusilan. Se había orientado allí en Tánger y trabajaba como perito electricista, que era su profesión. Nos vimos, nos abrazamos y nos hartamos de llorar los dos, porque los dos sabíamos que él no podía volver a España mientras viviera Franco.
A mí me pareció que media España estaba allí, refugiada en Tánger en esa emigración forzosa, con esa emoción que vi luego en el teatro, todos en pie aplaudiendo los cantes de España, sin colores, sin bandos, con lágrimas en los ojos. Allí ni se decía nada en contra del régimen de Franco ni a favor de nadie. Nada más que llorar recordando nuestra tierra:
- ¡España, España!Y la guitarra, y el cante, y los oles. Aquello no era ni de Franco ni de la República. Aquellos hombres eran de España.Eran España misma. Eran el recuerdo de la tierra que habían tenido que abandonar. Su España querida.
Y a mí aquello me llegó tan hondo y era una verdad tan dolorosa, que al llegar al hotel por la noche, después de pasar por aquellos sitios del Zoco Grande, por los cafetines del té moruno, todos oscuros, las calles tan estrechas, la otra parte de Tánger, la mora, no la internacional, cogí un papel y me puse a escribir toda la canción que me faltaba, porque hasta entonces el Niño Ricardo y yo nada más que teníamos compuesto el estribillo. La hice de un tirón.
Cuando la estaba escribiendo en el hotel, yo estaba viendo todavía a aquellos hombres llorar en la puerta del teatro Cervantes, y sus lágrimas y sus lamentos:
- Mi España, Juan, y mis hijos, que se quedaron en Cartagena...Aquello se me metió a mí tan dentro que hizo que brotara sola la canción...
Aquellos hombres de Tánger que al oíme cantar se estaban dando cuenta con sus lágrimas que habían perdido para siempre nuestra España querida.
Autores: Valderrama, Serrapi (Niño Ricardo) y Pitto